TAROT, una palabra que mueve la imaginación de mil formas distintas.
Podemos asociarla a una mujer muy vieja, con manos sarmentosas, que frente a nosotros y encorvada por el peso de los años utiliza unos ajados naipes. Carromatos, hogueras bajo un cielo estrellado, noches de luna llena, las gitanas con sus barajas carcomidas por el tiempo y los caminos, solicitando la voluntad para comer al día siguiente.
¿Pero que es el Tarot?
Las respuestas son tan variadas, tan emocionales o tan gloriosamente sutiles, que nunca me aportaron nada. Pasados algunos años y sintiéndome profundamente afín con el Tarot, llegue a la conclusión de que puedo compararlo con la tabla de los elementos químicos.
¡Qué barbaridad!
Intentare explicarme. Cada elemento químico tiene un número, un símbolo, un nombre y por lo tanto una estructura. Aporta una energía concreta. Doctores, químicos, etc., tras muchos años de aprendizaje, trabajo y estudio, reconocen esas energías y las utilizan en combinaciones o aleaciones.
Un arcano de Tarot tiene un número, un símbolo, un nombre y una estructura, que aporta una energía concreta. El lector de Tarot, al igual que el químico, aprende a reconocer esas energías y a combinarlas como en una aleación.
No hay nada arcano en el conocimiento, sólo cosas que debemos aprender y valorar.
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